Seguidores

miércoles, 23 de febrero de 2011

El tarot habla

Otro sobre objetos... ¿inanimados?



—¡Preparaos chicas, creo que tenemos trabajo! —dice El Mundo, está situado el primero en el mazo, se remueve imperceptiblemente.
—¿Puedes ver al consultante? —pregunta La Luna—, espero que no sea una sesión muy larga estamos cansadas, demasiadas desgracias y rupturas.
—¡Oh no, es Irene! — revela El Mundo, todas las cartas emiten un suspiro de fastidio a la vez.
—No, ya está bien, no lo aguanto más, —exclama Los Enamorados, intenta alejarse de la baraja, pero el resto se amontonan más firmemente y es imposible moverse— Por favor, dejadme ir, sabéis que la pregunta será la misma, cuando encontrará novio, y la respuesta se repetirá como siempre. ¿Qué más podemos decirle?
—Tienes toda la razón —dice El Mago— esta muchacha está tan obsesionada con el tema que es incapaz de ver lo que tiene a su alrededor, no hay manera de que entienda que nosotras no somos la solución, tan solo podemos orientarla.
—¡Ja! Si me dejáis actuar a mí, veréis que pronto soluciono el problema.
—Habló El Diablo. ¡El que faltaba!, el gran mentiroso tiene la solución, solo nos faltan tus enredos y maquinaciones para liar a esta pobre chica.
—¡Así se habla, Mago!, estoy contigo, no debemos dejar que actúe este embustero  — interviene La Sacerdotisa, discretamente va arrinconando al Diablo al fondo de la baraja—  pero yo también estoy cansada, y creo queridas que debemos utilizar todo nuestro potencial en inspirar a Lisa para que hoy consiga que Irene reaccione y empiece a vivir su vida sin la adicción que tiene hacia nosotras.
—Yo os propongo algo, si La Rueda de la Fortuna quiere colaborar —exclama El Juicio—  Rueda, haz lo que sea, pero hoy tienes que salir la primera, Lisa lo entenderá y conseguirá convencer a Irene para dejar la tirada para otro día...
—No entiendo esa solución, es solo demorar el tema —suelta El Loco, que es el último y quien aguanta al resto de sus compañeras.
—Déjame terminar, todas sabemos que Lisa, cuando finalice la sesión, trabajará con nosotras para despejarse, ahí es donde debemos conseguir que vea la solución. ¿Recordáis a Luis?
A lo largo de toda la baraja se oye un rumor, hay risitas de compasión y un algo de cariño.
—Es mi consultante favorito. —responde El Colgado. —Es un buen muchacho, muy apocado y necesitado de cariño, la verdad es que no suele tener mucha suerte cuando viene. ¿Por qué lo mencionas, Juicio?
—Muy sencillo, tenemos que dar a Lisa todas las pistas para que cite a estos dos solitarios el mismo día y a la misma hora. Todo en mi lámina me dice que estos dos van a entenderse; ellos son incapaces de encontrarse, tendremos que ser nosotras las que montemos la escena propicia para que esto se produzca, además...
—¡Sigue, Juicio sigue!, la verdad es que me complace la idea y nuestras habilidades bien combinadas pueden llevar a un excelente final —prorrumpe el Sumo Sacerdote, su voz severa se deja oír en toda la baraja.
—Solo iba a añadir que siempre habéis confiado en mi buen juicio, jajaja —suelta El Juicio, provocando una carcajada general entre los veintidós arcanos.
—A mí me encanta, es muy romántica, ¡oh, es una maravillosa idea! —canturrea La Estrella, activa un alegre murmullo afirmativo a lo largo de toda la hilera.
—¡Chicas, preparadas! Ahí vienen las dos, vamos con nuestro trabajo, esto se va a poner muy emocionante — ruge La Fuerza— ¡a por nuestro objetivo!
—¡Voy compañeras! Yo empiezo… —explica La Rueda Fortuna, produciendo vibraciones musicales—. Como dice la canción: ¡Hoy puede ser un gran día!




domingo, 13 de febrero de 2011

Diálogos delirantes

Este es un divertimento que surgió cuando me pidieron que escribiera sobre un objeto inanimado.



—Está claro, esta forma de encontrarnos tiene que acabar, no puede ser, he dejado de dormir para encontrarme contigo, eres una adicción y un tormento.
—A mí no me lo digas, yo no te llamo, paso el día tranquilamente en mi cajón y no me meto con nadie; mi cometido es muy simple, esperar a que tú decidas cuando y como emplearme. No tengo voz ni voto en esta historia.
—¡Ah, no! No me vengas con esas, sabes perfectamente que ese inmaculado cuerpo tuyo me incita, y no tengo más remedio que empezar a llenarte de palabras; esas  qué me hacen sufrir, qué nunca están como yo quisiera y luego al nombrarlas no suenan como espero. Me tienes enganchada a ti y aunque algunos días piense en olvidarte, inevitablemente vuelvo a tu morada y como una autómata mis manos te toman y vuelta a empezar.
—Tal y como te expresas parece que siempre estuviéramos juntas, pero no me engañas, me has sido infiel. Te he visto como miras también a esa pantalla en blanco, de la misma manera que a mí, no, no es cierto, con más pasión. Tus dedos vuelan y aporrean con vehemencia el teclado, te aíslas de tal manera que nada ni nadie existen para ti.
—Eso no es cierto, ¿cómo puedes pensarlo?, tú has recibido la idea, que luego trasladaré “a esa pantalla”, eres la primera que acoge el mensaje, dueña del tema que crearé. ¿Cómo puedes reprocharme eso?
—Yo no te reprocho nada, tan solo pongo las cosas en su sitio y la realidad es esa, aunque tú no lo quieras ver. No me acuses a mi de tus tormentos y tus neuras, porque yo no soy la causante, sólo soy un instrumento.
—¡Está bien, dejémoslos!, esta conversación es absurda; al fin y al cabo soy la autora, yo te he dado la voz, y ahora mismo encuentro que es estúpido estar hablando con un  folio en blanco.
—Tú sabrás, como comprenderás soy un objeto inanimado, sin vida, pero sé muy bien como te pones cuando quieres escribir, ¡inaguantable!; tu mente no para, vas pergeñando una idea tras otra y ninguna te parece bien, es como si ya no existiera nada más importante en el mundo.
—¡Basta ya!, me he equivocado de parada en el metro, luego me ha sucedido lo mismo en el bus, todo por ir hablando mentalmente con una hoja de papel. Creo que no estoy loca, pero tampoco me siento totalmente cuerda, definitivamente está relación tiene que acabar.
—¡A mí no me mires!, recurre a un psiquiatra o deja de inventar historias; tú veras lo que haces. Como bien dices has creado esta conversación, por tanto tienes el poder para acabarla cuando quieras, si no sabes salir de este diálogo de besugos, quizás deberías plantearte que eres incapaz de describir lo importante que soy para ti.
—¡Basta ya! ¡Ahí te quedas!, qué otro te dé utilidad, para mí esta historia ha terminado. ¡Adiós!
—¡Adiós!, ya volverás...
—¿Qué has dicho?
—Nada, nada... no he dicho nada.


jueves, 3 de febrero de 2011

Obsesión



Nació bajo el estruendo de aquellos inmensos aviones, creció viéndolos despegar y aterrizar, su casa era la más cercana a la verja que separa la última pista del aeropuerto.
Cuando fue capaz de caminar siempre iba al mismo lugar, aquella verja era como un imán, que lo atraía con fuerza. Encajaba sus dedos entre los agujeros de la valla y allí permanecía horas, absolutamente inmóvil, contemplando aquellos monstruos metálicos que ascendían al cielo.
Soñaba con los países de donde procedían, con los miles de lugares donde aterrizarían, sí, todos los días sin fallar ni uno durante toda su adolescencia acudió. El primer beso fue allí. Tal vez por eso su primer amor lo abandonó.
A todos les contaba lo mismo: seré piloto, viajaré por todo el mundo, conoceré países exóticos y lugares que nunca habéis imaginado.
Cuando se casó, durante los  días de luna de miel sintió que le faltaba algo, su verja, sí, fue lo primero que hizo al volver, acudir a enganchar sus dedos y contemplar aquellas salidas y llegadas.
Al nacer su primer hijo, ¿donde estaba?...  En su verja. Siempre allí, con los ojos en el cielo, contemplado las entradas y partidas,  intuyendo que en ninguno iría.
 Despacito, despacito, a veces solo, a veces acompañado de su nieto, seguía acudiendo a su lugar, el mismo razonamiento en su cabeza: ¿Debí soñar menos, y actuar más?
La verja sigue allí, herrumbrosa, medio derruida. Ya nadie acude a engancharse, pero si os fijáis bien, cuando el atardecer va dejando paso a la noche, un extraño remolino apenas entrevisto se acerca a ella y deja oír inexplicables sonidos al pasar a través de sus agujeros.