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lunes, 29 de agosto de 2011

En el espejo

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Sé que estoy soñando, lo sé, pero tengo miedo; desde que mi madrastra me regaló este espejo mis noches se han vuelto una pesadilla. Yo no lo quería en mi habitación, pero ella insistió, ver el gesto de tristeza en el rostro de mi padre me llevó a ceder, no sería yo la que rompiera la frágil armonía familiar.
Decidió incluso la ubicación, en la cabecera de mi cama. Las primeras noches me despertaron las voces, una cacofonía sibilina que erizaba el vello de todo mi cuerpo. Lo peor vino después cuando extrañas sombras se arrastraban desde su oscuro reflejo y rondaban alrededor de mi lecho; el terror colapsaba mis músculos impidiéndome la huida.
Sé que estoy soñando, lo sé, pero estos siete enanos que han cargado conmigo hasta el interior del espejo, me aterrorizan. Que me miren fijamente a través de la urna de cristal donde me han colocado hiela mi sangre, agarrota el grito que quiere escapar de mi garganta.
¡Quiero despertarme!

miércoles, 17 de agosto de 2011

¡Vaya nochecita!

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—Buenas noches…
—Buenas noches, si es para pagar debe ir a la máquina…
—No, no, perdone, estoy buscando a mi mujer, hemos tenido una pequeña discusión y nos hemos separado…
—¡Ah! No he visto a nadie, es usted el primero esta madrugada…
—Por favor si viene dígale que me espere aquí, voy a ver si está en el coche…
—Vale, no se preocupe…


—Buenas noches…
—Buenas noches, señora, si es para pagar debe ir a…
—No, no, estoy buscando a mi marido…
—¡Vaya! Hace unos minutos ha estado aquí buscándola, me ha dicho que espere aquí, ha ido al coche a …
—¡No, no, no en el coche. ¡Ahí no!  ¡Todavía estoy en la calle tirada…!
—No entiendo lo que dice, señora, espere que su marido no tardará… ¡señora, señora!, ¿A dónde va?


—Nada, que mi mujer no está en el coche…
—Se han tenido que cruzar, hace unos minutos ha estado aquí, le he dado su recado pero no me ha hecho caso…
—¿Sabe donde ha ido?
—La verdad es que no… me ha dejado con la palabra en la boca, ha dicho algo muy raro de que todavía estaba tirada en la calle…
—¿Qué…? ¡Dios mío…!
—¡Oiga, oiga… dónde va… ¡Qué noche me están dando estos dos…!


—Buenas noches…
—Buenas noches, agente, dígame…
—¿Es usted el vigilante de este parking?
—Sí, señor…
—Y su nombre es…
—Carlos, ¿ocurre algo, agente?
—Sí, estamos tratando de identificar a una mujer que ha sido atropellada ahí arriba, en la calle, ha muerto y no llevaba ninguna documentación…
—¡Dios mío! Hay una pareja que llevan un buen rato buscándose, han discutido, el hombre ha ido por ese acceso peatonal…
—Haga el favor de salir de la cabina y acompáñeme a buscarlos…
—¡Voy, voy…!


—¿Qué hace ese hombre ahí tirado en las escaleras del parking…?
—¡No lo sé, agente! Pero es el mismo que buscaba a su mujer…
—Está muerto, no tiene pulso, por la posición parece como si se hubiera caído por las escaleras…
—¡Hostias… pero que pasa aquí… ¡no puede ser…!
—¡Tranquilícese, no se me ponga histérico…!
—¡Qué me tranquilice, qué me tranquilice! ¿usted está viendo eso…?
—¡El qué tengo que…!
—¿Quiere mirar hacía allí? Mire esos dos que se están besando en mitad del parking… el tipo es igual… que el muerto…, agente…
—¡Ay, madre mía… y ella… es clavada a la muerta de arriba…!
—¡Entonces… se han encontrado!
—Oiga, Carlos… ¡mejor corremos…! ¿no?
—¡Sí, pero ya…!

 

miércoles, 10 de agosto de 2011

Penélope dixit

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Contemplé su agonía con una mezcla de respiro y displicencia que su ausencia de veinte años me habían concedido. Durante todo ese tiempo fui capaz de gobernar y mantener Ítaca. Por el día trabajaba en el sudario que había prometido tejer para mi suegro Laertes, así contenía la rapiña de los ciento ocho pretendientes que codiciaban mi reino; por la noche deshacía parte de la labor de la jornada. Fue una buena artimaña para entretenerlos.
No fueron las infidelidades de Ulises las que me llevaron a envenenarle, tanto tiempo lejos de casa disculpaban esa nimiedad. Mi añorado esposo no fue capaz de entender que cuando alguien paladea el poder ya no puede prescindir de ese placer. Devolverme a la cocina no fue una buena idea.