Este cuento nació de la sugerencia de cuatro palabras: Perro verde, zapatilla, feria e insectos
¡Aquí huele a crimen!
La zapatilla descansa ensangrentada sobre el asfalto, la noche apenas permite ver más detalles de los alrededores, un vehículo, semejante a un grotesco acordeón maltratado por un niño rabioso, se esconde entre las sombras que las farolas de la calle provocan.
—¿Qué le parece inspector? —dice el hombre, agachado, intentando manipular sin éxito la zapatilla con la punta de un bolígrafo.
—No sé, Rodríguez, déjeme que me despeje, me acaban de sacar de la cama con este aviso —responde el inspector— lo que si tengo muy claro es que los bomberos van a tener que utilizar un abrelatas gigante si quieren sacar los cuerpos de ese coche.
—Cierto inspector, me temo que el espectáculo no va a ser agradable.
—¡Qué me condenen, vaya noche nos espera Rodríguez! —exclama el inspector, dando una mirada circular a toda la escena.
—Seguro señor, pero a mí esto me huele mal, no sé, mi nariz de sabueso me dice que aquí el aire apesta a crimen — manifiesta Rodríguez, sus ojos tienen una expresión de detective al acecho.
—Déjese de tonterías, Rodríguez, aquí no huele a nada más que a un accidente de circulación —clama el inspector, con cara de fastidio— ¡Con lo calentito que estaba yo en mi cama, después del palizón que me ha dado mi nieto en la feria!
—Pero… pero señor inspector, yo creo…
—Rodríguez, ¡no me toque la moral! Y déjese de sandeces, esto es un suceso fortuito y nada más. —chilla el inspector, cercano ya a la histeria, gesticulando sus manos como si quisiera ahogar a su subalterno.
—Con el debido respeto señor, a mí me suena a crimen, esto es muy raro, sólo la zapatilla está fuera y los cristales del coche están llenos de esos insectos tan raros.
—¡Vaya por Dios!, ahora los bichos, lo que me faltaba por oír —prorrumpe el inspector, la furia asomando por sus ojos— ¡Rodríguez, escúcheme bien! Le prohíbo, ¿me ha oído?, le prohíbo terminantemente volver a leer ni una novela de detective más.
—Pero… yo…
—¡Rodríguez! Ni una palabra, no quiero oírle en todo lo que queda de noche, ¡chitón! Si le sigo escuchando acabaré por ver un perro verde. —exclama el inspector, alejándose con largas zancadas hacia el resto de las personas que se afanan con rapidez en despejar la zona.
Perro verde, perro verde…—musita Rodríguez— ¡qué sabrá él!, ¡no reconocería un crimen ni aunque se produjera antes sus narices!. ¡Qué suerte más negra, la mía!.
FIN