Ilustración de Catiak |
Mi vecino el vampiro está bastante desanimado. Desde
hace un tiempo cada vez que salimos a pasear en las noches de verano no deja de
quejarse de lo mal que está todo. Me comenta que ya no puede alimentarse como
antes, que tiene que rechazar algunos platos porque o están anémicos o apenas
tienen sabor. Hoy me hablaba de su cena de ayer, totalmente insípida, decía. Eligió
con mucha paciencia a un estudiante de último año de literatura, esperaba
conseguir hartarse de buenas lecturas, lo único que encontró fueron faltas de
ortografía y muchas lagunas lingüísticas en su flujo sanguíneo. Cada día está
más consumido y lo único que hace es renegar de tanta estúpida ley que
extermina los sabores de toda la vida. Lo veo muy mal e intento distraerlo de
sus cuitas hablando de otros temas, pero por si acaso no le digo que estoy
leyendo Drácula.