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Soy fea, por eso y solo por eso razoné que en algo debía destacar y después de muchos años de cavilar sobre este asunto decidí que lo que mejor podía hacer era ser una asesina.
Pero no estaba dispuesta a ser una más, sería la mejor, la más artística. Sí, soy fea pero eso no me anula como artista, más bien me favorece, nada lograría distraerme de mi misión.
El primer asesinato fue un tanto torpe, tengo que reconocerlo, nadie nace enseñado pero no estuvo del todo mal. A pesar de ser un poco chapucero aportó un buen aprendizaje y entendí que paciencia y buena planificación eran la base de mi futura carrera como ejecutora.
La primera vez fue algo espontáneo, aún andaba dando vueltas a la idea, cuando al pasar delante de un establecimiento tuve la corazonada de que había encontrado a mi futura víctima. Contemplaba distraídamente el escaparate con artículos esotéricos, sin hacerme muchas ilusiones de encontrar el producto para el mal de amores que aquejaba a una compañera de trabajo, cuando desde el interior me llegaron voces estertóreas; un individuo de aspecto desaliñado con semblante alterado gritaba a una dependienta que permanecía con los brazos cruzados, como intentando protegerse, mirando con sorpresa a aquel energúmeno que movía sus brazos como si de un momento a otro fuera a dejarlos caer sobre aquella mujer que no osaba hablar. Apenas entendía lo que farfullaba pero los gritos y su aspecto me cuadraron para decidir que sería un buen ejemplar para estrenarme. Las ilusiones que hasta entonces habían poblado mis fantasías estaban materializándose ante mí y pasando de ser simples sueños a las circunstancias ideales para romper por fin la rutina de la que nunca creí que me atrevería a salir. No importaba porque gritaba, ¡fue tan desagradable oírle!, intentar imponer sus razones con semejantes formas sin permitir que la mujer se defendiera. Asumí que alguien así era fácilmente prescindible.
Permanecí unos minutos más escuchando, quiso la suerte que el individuo se decidiera a salir con el cuerpo tenso y agitando aún los brazos como si quisiera apartar de sí enemigos invisibles. Lo seguí en su nervioso caminar, me deslicé en el ascensor tras sus pasos, nadie me vio, finales de un mes de Julio terriblemente caluroso, primera hora de la tarde.
Preguntó el piso al que iba sin mirarme, el último, le dije, mientras tanteaba en el bolso el hermoso cuchillo que con infinita paciencia había afilado para la llegada de este momento.
Lo sentí, noté su mango suave y cálido y agarré con fuerza.
Fue sencillo, clavé con energía en su abdomen, su cara pasó en un segundo de la furia a la más absoluta de las sorpresas. Ni siquiera sabía lo que le estaba pasando, pero dolía, me lo indicaba la expresión de su rostro que adquirió matices que en aquellos momentos, dado lo improvisado del asunto, no tuve ocasión de disfrutar. Ahora me recreo más.
Lo dejé caer y mientras resbalaba advertí que aquel cerdo me había manchado la camisa; un elemento a tener en cuenta en el futuro. Detuve el ascensor y pensé con rapidez, me deshice de la camisa que guardé en el bolso y agradecí la bendita costumbre que tenía de llevar los hermosos fulares a los que era adicta; fue fácil transformarlo en una prenda que cubrió con bastante eficacia mi pecho. Mientras subía hasta el último piso percibí como aquella pequeña cabina se llenaba del olor metálico de la sangre, abrí la puerta y antes de cerrarla de nuevo una mirada final a aquel muñeco roto que descansaba en el suelo, sonreí ante su aspecto, ridícula postura para acudir al más allá.
Bajé despacio las escaleras hasta la calle, nadie me vio, y con nadie tropecé, hasta que accedí a la gran avenida. Tomé el metro, me sentía poseída de un gozo lúdico que nunca antes había conocido.
Había cometido mi primer crimen y comprendí que disfrutaría muchos más, poco a poco iría ultimando todos los detalles para conseguir con limpieza mis objetivos: ser la más grande asesina en serie de este país.
Regresé a casa con una actitud de absoluto y total desenfreno, ansiosa cogí la camisa y me senté en el sillón tratando de decidir qué hacer con ella. No la quemaría sería una buena decoración, ahí en la pared, dentro de ese vistoso marco.